Obviamente, el Premio Nobel de Paz otorgado al presidente Juan Manuel Santos, obliga al país político a construir un camino de paz que garantice el bienestar de casi 50 millones de colombianos y les ofrezca a los más jóvenes un país con mejores oportunidades de desarrollo.
El Nobel de Paz condena al Presidente de Colombia a continuar trabajando hasta el fin de sus días en resolución de conflictos, no solo en los que quedan en Colombia, que no son pocos, sino en el vecindario y en otros países que aún viven en constante disputa religiosa, territorial, política o étnica. La distinción pone a Colombia en el meridiano global y lo obliga a que resuelva la situación de conflicto interno entre el Estado -respaldado por las inmensa mayorías- versus las Farc y el ELN. Nuestro país es el único del vecindario, y de todo el continente americano, que cuenta con una muy amplia experiencia en la consumación de acuerdos de paz, y de la misma manera somos un país pobre, desigual y permeado por el narcotráfico, flagelo que tiene la capacidad de financiar a grupos de delincuentes que al final siempre quieren hacerse pasar por políticos que reivindican algún derecho social. Colombia debe ponerle fin a los últimos reductos de paramilitares y a las guerrillas de las Farc y el ELN, pero al mismo tiempo está obligado a construir un sistema de seguridad que impida volver a caer en el mismo problema.
Tenemos un gran problema histórico y es que los grupos delincuenciales se forman con una facilidad increíble en cualquier rincón del país, o en alguno de los cinturones de miseria de las ciudades capitales, porque no hay presencia del Estado, ni un respaldo total a las fuerzas militares para que combatan el crimen organizado, llámense bandas criminales, delincuentes ordinarios, guerrilleros o narcotraficantes.
El objetivo debe superar al de desaparecer de una vez por todas a los actos por fuera de la ley de los guerrilleros, para poder llegar al punto superior de impedir que se formen nuevas bandas, grupos organizados y carteles que siempre han mantenido al Estado contra la pared. Nuestro actual Gobierno, premiado y distinguido por su construcción de paz, debe superar la fase de intentar diálogos, a una etapa más importante que es evitar la conformación de bandas y grupos al margen de la ley. Hay hechos elocuentes de que todo está cambiando y que el país está cerca de ser el último con guerrillas de todas la variedades, por lo que debe empezar a trabajar en evitar la conformación de colectivos del crimen.